sábado, 10 de octubre de 2009

CORONACIONES CANÓNICAS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LAS CORONACIONES CANÓNICAS


“Urgente-Arzobispo. Para gloria de la Virgen de los Reyes, cuya coronación celebra mañana Sevilla entera, y con íntima satisfacción de mi alma, de la que participará esa noble ciudad, he indultado de la pena de muerte a Miguel Molina Moreno. Alfonso. Madrid, 3-16.50”



Así rezaba textualmente el telegrama que la Virgen de los Reyes llevó en sus manos el día de su coronación, ocurrida el 4 de diciembre de 1904. Una coronación que ha pasado a los anales como la primera de una imagen de la Virgen en Andalucía y que sirvió para librar de la horca a un preso acusado de asesinar y descuartizar a su cuñado.


La ejecución de la pena capital de este reo se había fijado coincidiendo con las fechas de la coronación. Consternadas por esta coincidencia, las autoridades locales solicitaron al Gobierno la petición del indulto, rechazado hasta en tres ocasiones por el Consejo de Ministros.


Fue entonces cuando entró en juego el arzobispo de Sevilla, Marcelo Spínola y Maestre, que a sólo diez días de la coronación acudió a Madrid en un intento desesperado por lograr la concesión de la gracia real. Ministros, senadores y el propio presidente, Antonio Maura, le expusieron que no se podía conceder el perdón.


A pesar de todas las dificultades, Spínola solicitó una audiencia con el rey Alfonso XIII.


“Señor, se ha dicho en las altas esferas, que cuando un rey se corona siempre se concede algún indulto; hágase lo mismo para la coronación de la Reina de los Cielos”.


El argumento expuesto por el prelado causó tan tierna impresión en el monarca que su súplica fué escuchada. La intercesión de la Virgen de los Reyes y la magnanimidad del rey hicieron el resto.


La víspera de la coronación, cuando las bandas de música recorrían las principales calles de la ciudad , especialmente iluminadas para la ocasión, se recibía en el Palacio Arzobispal el telegrama real que trasladaba la grata noticia del indulto de Miguel Molina.


Al día siguiente, durante la ceremonia de coronación, el arzobispo de Sevilla dio lectura del telegrama enviado por el monarca, una misiva que se atribuyó a la intervención divina y a la intercesión de la Virgen de los Reyes, salvadora de la vida del delincuente.


Tan milagroso episodio fue relatado con regocijo por la prensa local. “Las fiestas jubilares no se oscurecerán con las tristezas de una ejecución, la bandera negra no ondeará al par que la blanca, el patíbulo no se levantará junto a la apoteosis, las sombras de la muerte no entenebrecerán en Sevilla las fiestas de la Inmaculada.

¡Gloria a Nuestra Señora de los Reyes! ¡Viva el Rey! ¡Viva nuestro Prelado!”, publicaba El Correo de Andalucía en una de las cuatro páginas que por entonces componían su edición.


Durante la ceremonia de coronación, celebrada en el trascoro de la Catedral, se dispararon las salvas de ordenanza por una batería del Regimiento de Artillería. Al filo de las 13.00 horas, la Virgen de los Reyes, que aparecía en su paso aunque sin estar cubierta por el baldaquino, inició un recorrido triunfal por las calles de “la carrera corta del Corpus”.


Se sucedieron entonces los “...himnos y motetes, vivas y exclamaciones de entusiasmo, pañuelos agitándose en los balcones y sombreros arrojados por el aire...”.


El arzobispo Marcelo Spínola y Maestre fue el verdadero impulsor de la coronación canónica de la Virgen de los Reyes. Con la venia del rey Alfonso XIII y el respaldo de los Cabildos eclesiástico y secular, solicitó a la Santa Sede el decreto de coronación. Pretendía con ello solemnizar el quincuagésimo aniversario de la definición dogmática del misterio de la Inmaculada Concepción.


La Bula de la Coronación, fechada el 19 de marzo de 1904, reconocía que “ciertamente esta imagen de la Santísima Virgen, además de su secular antigüedad, es venerada con singular y constante frecuencia”. “...También los Reyes de España siempre fueron partícipes de esta devoción del pueblo, y movidos hacia la sagrada imagen le ofrendaron joyas y vestidos ricamente elaborados...”.



LOS PRIMEROS ANTECEDENTES


103 años han transcurrido ya de la coronación de la Patrona de Sevilla, la primera ceremonia de estas características celebrada en tierras andaluzas. En España hay que remontarse hasta el año 1881 para encontrar los primeros ejemplos de coronaciones canónicas.


Ese mismo año, la catalana Virgen de Montserrat y la aragonesa de Santa María de Veruela se convertían en las primeras imágenes en recibir tal distinción en el mapa de la piel de toro.


Mucho tiempo antes, en el siglo XVII, había comenzado a forjarse el rito de la coronación, ceremonia cuyo origen parece rastrearse en las predicaciones del capuchino fray Girolamo Paulucci (1552-1620). El llamado “Apóstol de la Virgen” concluía sus predicaciones entre las masas con la imposición de una corona a las imágenes de María más veneradas en el lugar donde realizaba sus misiones. Esta costumbre fue recogida y prolongada por otros capuchinos, llegándose a fundar en la Orden la llamada Pia Opera dell’Incoronazione.


Esta animación llevó, por ejemplo, a la coronación de la Virgen de Oropa, cerca de Turín, en agosto de 1620.


Gracias a un fiel seguidor de fray Girolamo, Alessandro Sforza Pallavicino, conde de Borgonovo (Piacenza), esta ceremonia alcanzó el grado de universalidad a partir del siglo XVII. Este noble italiano dispuso en su testamento la donación de sus bienes al denominado Capítulo o Reverenda Fábrica de San Pedro para que tomase a su cuidado la coronación de las más célebres imágenes de la Virgen. Dio comienzo así la serie de coronaciones del Capítulo Vaticano, que ha proseguido hasta nuestros días.


La primera en ser coronada fue la Virgen de la Fiebre, en la sacristía de la Basílica Vaticana 1631). La coronación sólo se realiza una vez, ero a lo largo de la historia no han faltado casos e una o más repeticiones.


Es el caso de la imagen de María Salus Populi Romani, en Santa María aggiore, que ha gozado de esta distinción tres casiones y por tres pontífices distintos: Clemente VIII, Gregorio XVI el 15 de agosto de 1838 y, finalmente, por Pío XII el 1 de noviembre de 1954.




EL RITUAL DE CORONACIÓN


La ceremonia de la coronación se rige hoy día por el Ritual promulgado por el Vaticano el 25 de marzo de 1981. Con anterioridad a esta fecha, la competencia para otorgar una coronación era únicamente atribuida al Romano Pontífice y al Capítulo Vaticano. Con la reforma operada en 1981, el privilegio de la concesión se extiende a todos los obispos diocesanos, propiciando a su vez un gran auge de estas ceremonias, especialmente significado en la diócesis sevillana, donde numerosas patronas de pueblos y otra efigies marianas que gozan de gran devoción a lo largo y ancho de la geografía hispalense han sido distinguidas en los últimos años con este reconocimiento. Andalucía también es tierra pródiga en coronaciones.


Al caso ya nombrado de la Virgen de los Reyes en Sevilla capital (1904), le siguió cronológicamente la imagen de María Auxiliadora de Málaga (1907). La popular devoción de la Virgen de la Cabeza, en Andujar (Jaén), ha sido objeto de dos ceremonias de imposición de la corona: una en 1909 y otra en 1960. Granada acogió la primera coronación en 1913 y fue la de su Patrona, la Virgen de las Angustias. En la provincia de Cádiz corría el año 1916 cuando la Virgen de los Milagros, patrona de El Puerto de Santa María, recibió tal distinción. Una de las grandes devociones marianas de Andalucía, la almonteña Virgen del Rocío, recibió la corona también en fechas muy tempranas, 1919. La primera Virgen cordobesa en ser coronada canónicamente fue la patrona de Lucena, la Virgen de Araceli, en el año 1948. Por último, en Almería la primera coronación recayó sobre la patrona de la capital, la imagen de Nuestra Señora del Mar, en 1951.


Todas estas coronaciones, antaño concedidas en contadas ocasiones, han llevado aparejadas instantes de enorme júbilo y muestras de alegría entre los más fervientes devotos de las efigies marianas.


Hoy en día, el gran auge de las coronaciones ha desatado una corriente crítica que alerta de la devaluación de estas ceremonias que, según entienden algunos, son fruto más de una moda impuesta por las cofradías que verdadero y probado reconocimiento a la relevancia devocional de una imagen en la piedad mariana de la diócesis.


Lo cierto y verdad es que no hay acontecimiento histórico en la trayectoria de una hermandad que logre aunar más al cuerpo de hermanos que una coronación, en cuya preparación la base social se moviliza en torno a una misma idea. Cicatrizan viejas heridas, todos arriman el hombro, se fomenta el trabajo en grupo, desaparecen antiguas disputas. Les une el amor incondicional por la Virgen.


Las coronaciones se revelan en estos casos como una suerte de lenitivo para mitigar la división y favorecer el compañerismo.


Se convierten de esta forma en el bálsamo apropiado para, rescatando los viejos valores fundacionales de la cofradía, mirar adelante y emprender un nuevo futuro más comprometido y esperanzador. No desaprovechen esta corriente de positivismo.


JOSÉ GÓMEZ PALAS

Redactor de El Correo de Andalucía
Sacramental nº 33